2011


Soñar no cuesta nada es la frase repetida por todos, pero soñar y ver cómo se cristaliza ese sueño, se convierte en una responsabilidad que no permite siquiera pensar en desfallecer. Así lo siento. El Teatro Trail es un ícono para la escena hispana de Miami: abierto en 1930 con capacidad para 430 personas y reconocido por la comunidad cubana, gracias a la constancia del gran actor y comediante cubano Armando Roblán, a quien no le bastaba por años escribir la pieza a presentar, hacer la escenografía, dirigir, hacer tres o más personajes y hasta encargarse de su promoción. Al retirarse Roblán (fallecido poco tiempo atrás, N. Del R), el teatro sucumbió ante una inminente demolición: ahí entran entonces a remodelarlo los señores del Latin Quarter Cultural Center, quienes con su dedicación lo dejan, como decimos las señoras: como una tacita de plata, pero también son víctimas de la arrolladora crisis que como siempre arranca por donde no debería: por el arte y sus espacios.

No fui la única en ver la hermosa marquesina del teatro mientras esperaba en medio del tedioso tráfico de la Avenida 37 y la mundialmente famosa calle 8. La marquesina apagada, anunciando un espectáculo pasada y un teléfono que nunca funcionó me miraban con deseo, o así lo sentía, mientras yo… ahí, con mi socio, amigo, compañero y amante Jorge Angulo, quien me escuchaba sin chistar mi cantaleta del “Por qué ese, justo ese teatro está vacíos, teniendo yo tantas ideas que desarrollar ahí?” Y ahí, ahí mismo, es desde donde hay les escribo, con la diferencia que ahora veo el caos vehicular desde adentro. No hay día que estemos limpiando o haciendo algo afuera que no pase alguien y grite desde su carro: “Oyeeee, chicaaaa, cuando abren? I saw my first movie there… (Yo vi mi primera película ahí, ¡ahí fue donde el viejo me trajo a ver mi primera obra!) y, al cambiar el semáforo, la voz y el recuerdo se lo llevan con la esperanza, que es la misma nuestra: abrir pronto las puertas para desarrollar un modelo que genere además de satisfacciones artísticas, satisfacciones económicas, ya que estas últimas nos garantizan la continuidad en la sala.

Los que me conocen o mejor, los que nos conocen, saben que estaremos en la puerta esperándolos, y aunque la frase suene a cliché, les pido el favor de venir y al unísono gritar: ¡Qué se abra el telón!